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15 de noviembre de 2019

El Rito Escocés Antiguo y Aceptado



Rito Escocés Antiguo y Aceptado.




Según el historiador de la Francmasonería Albert Mackey, el siglo XVIII vio actuar a un tal “chevalier” (caballero en idioma “francés”) Ramsay, presbiteriano escocés educado en la Universidad de Edimburgo y apóstata protestante cuando decidió abrazar la iglesia de Roma.
La huida de Jacobo II a Francia le hizo marcharse también a él. Posteriormente se convertiría en tutor del pretendiente al trono inglés, Carlos II, introduciéndose en los círculos de conspiradores para recuperar el trono de Escocia. La nobleza francesa aceptó de buena gana el rito que, según Ramsay, había sido traído de Palestina por los príncipes, sacerdotes, caballeros y nobles a su regreso de las Cruzadas.
Es cierto que, durante los sucesos revolucionarios que tuvieron lugar en Inglaterra y Escocia a lo largo de los siglos XVII y XVIII, muchos masones escoceses huyeron a Francia. Ello pudo haber dado origen a la popular creencia de que el Rito Escocés nació en Escocia.
En realidad, hasta 1846 no se estableció un Supremo Consejo en esta región del actual Reino Unido de Gran Bretaña.
El Rito Escocés creció en Francia a partir de 1754, en el interior del seminario jesuita de Clermont, formándose un capítulo (o Colegio) con siete grados. Existe un documento anterior de un Capítulo Rosacruz de Arras (Francia) instaurado en 1747 por Carlos Eduardo Estuardo. Hacia 1758 el sistema se había convertido en un Rito de 25 grados conocido -en lenguaje jesuítico- como Rito de Perfección de la denominada Orden del Secreto Real, cuyas “Grandes Constituciones” se dictaron en 1762.En 1761, un judío llamado Stephen Morin, miembro del denominado “Consejo de Emperadores de Oriente y Occidente”, recibió el encargo de introducir el Rito en el Nuevo Mundo. Primero lo estableció en Jamaica y Santo Domingo. Posteriormente abrió cámaras en Nueva Orleans 1763, Albany (Nueva York, 1782), Filadelfia (1782) y Charleston (Carolina del Sur, 1783). Se dice que de los dieciséis “Diputados Inspectores Generales” nombrados por Morin, trece eran judíos como él.En 1786 se ratificaron las Grandes Constituciones para poner orden en la caótica situación de los grados europeos.
Éstas fueron las Constituciones que trajeron “El Rito Escocés Antiguo y Aceptado”, ampliando hasta treinta y tres el número de grados, con el 33 (cifra que se representa, como el resto de los grados, con el símbolo º junto al número) como Supremo Consejo, es decir, como órgano de gobierno. Algunos historiadores alegan que las citadas Constituciones fueron falsamente atribuidas, para conferirles mayor grandeza y legitimidad, al prusiano Federico el Grande, cuya muerte tuvo lugar ese mismo año, en 1786.
En 1801 se abrió un Supremo Consejo en Charleston (EE. UU.) bajo las citadas Constituciones, absorbiendo al anterior Rito de Perfección. Este Supremo Consejo emitió posteriormente certificados de autenticidad a otros Supremos Consejos. Todos los Supremos Consejos actuales se derivan, directa o indirectamente, del ya citado Supremo Consejo de la Jurisdicción Meridional de Estados Unidos de Norte América.
A lo largo del siglo XIX fueron creándose nuevos Supremos Consejos en Europa y Canadá. En nuestros días hay estrechas relaciones entre aproximadamente 40 Supremos Consejos distribuidos por todo el mundo, incluyendo las cuatro Grandes Logias Nacionales de los países escandinavos.
La denominación “Rito Escocés Antiguo y Aceptado” nació en 1804 a partir del convenio entre el Supremo Consejo de Francia y el Gran Oriente de Francia.
En 1859, guiado por el Gran Comandante y renombrado escritor masónico norteamericano Albert Pike, el Rito Escocés se extendió por Estados Unidos y el resto del mundo. La palabra “escocés” también ha sido relacionada con uno de los grados del antiguo Supremo Consejo.
Según la abundante literatura existente y el uso extendido, al Rito Escocés se accede tras completar los tres primeros grados simbólicos –Aprendiz, Compañero y Maestro- en la llamada logia simbólica o Logia Azul.
El Rito incluye los grados 4º al 32º, cada uno de los cuales ostenta un título* (ver denominaciones abajo). Sus miembros se reúnen en “Valles” y se organizan de cuatro formas: Logia de Perfección (grados 4º al 14º), Consejo de los Príncipes de Jerusalén (15º-16º), Capítulo Rosacruz (17º-18º) y Consistorio (19º-32º).
El grado 33º se confiere anualmente en una reunión del Supremo Consejo del Grado 33 a un número selecto de Masones del Grado 32º que han demostrado en su modo de vida el verdadero significado de la palabra fraternidad. La edad biológica de quien recibe el grado 33º debe ser igual o superior a 33 años.
El grado 33º es un grado honorífico concedido en reconocimiento de los servicios prestados a la Francmasonería o a la Comunidad.
A un profano, o a un iniciado, y a muchos Maestros Masones desinformados esta presentación jerárquica les puede parecer que quienes obtienen uno de esos treinta grados adicionales poseen un rango superior. Sin embargo, el principio más firme de la Francmasonería universal es que no hay grado superior al de Maestro Masón. Los grados 4º al 32º señalan un nivel de conocimiento, una ampliación de los trabajos de la Logia Simbólica, lecciones que se enseñan por medio de alegorías dramatizadas. Estas enseñanzas se han extraído de episodios bíblicos y acontecimientos históricos más modernos. Los practicantes o miembros –todos Maestros Masones de buena reputación- utilizan ropajes en consonancia con los personajes que representan.
La mayoría de los Supremos Consejos y sus cuerpos subordinados suelen reconocer la supremacía de las Grandes Logias Simbólicas y los Grandes Maestros en sus respectivas jurisdicciones.
Logia azul

14 de noviembre de 2019

La Piedra sin Desbastar y la Piedra Puntiaguda

La Piedra sin Desbastar y la Piedra Puntiaguda


En primer plano pueden verse dos símbolos con diferentes estadios alcanzados por la materia prima al inicio de los trabajos y en el momento de la conclusión. A la izquierda la Piedra negra y sin desbastar, a la derecha la misma Piedra pulida y convertida en un cubo puntiagudo.

En primer plano pueden verse dos símbolos con diferentes estadios alcanzados por la materia prima al inicio de los trabajos y en el momento de la conclusión. A la izquierda la Piedra negra y sin desbastar, a la derecha la misma Piedra pulida y convertida en un cubo puntiagudo.  En un segundo plano, aparece una Piedra cúbica que examinaremos más adelante. En algunas Logias y en determinados Ritos Masónicos, la Piedra con punta aparece con un hacha en su cúspide; el carácter sideral y uranio del hacha implica que, para alcanzar esta fase de perfeccionamiento, el Masón debe recurrir a una fuerza y un poder situados por encima de él y de su personalidad común.

Así pues, el Grado de Maestro era un Grado de perfección y de apertura hacia lo Absoluto. La Piedra con punta ocasionalmente se representaba como una pirámide, en otras como un monolito de estilo egipcio constituido esquemáticamente por un paralelogramo coronado por una pirámide. También se le representaba sobre el plano como un cuadrado al que se le superponía un triángulo equilátero.

Al “cuaternario inferior” –síntesis de fuego, tierra, agua y aire- surgido de la unión de las cuatro escuadras de brazos iguales (el “gammadion”), representante del mundo material, se le superponía el “delta luminoso”, símbolo del mundo espiritual y de las calidades superiores, que llegó hasta la Masonería por un complicado camino que pasaba a través de la simbólica católica, la cual hizo de él “el ojo que todo lo ve”, representación del mismo Dios Padre. En ocasiones el simbolismo de un trabajo espiritual venía representado en una clave diferente, adaptado a las características de la casta a la que pretendía ejemplificar. De esta manera, el símbolo artúrico de la extracción de la espada de una Piedra, entraña la separación de un principio superior representado por el mango y la guarda de la espada, de la Piedra, representada por el cuadrado de los cuatro elementos.

La Piedra con punta simbolizaba para los alquimistas la Piedra Filosofal, considerado como otro símbolo del grado máximo de perfección. Lo que para los constructores y Masones era la Piedra en bruto, para los alquimistas era la materia prima. En cualquiera de las dos concepciones se consideraba que el objetivo a perseguir estaba contenido en la materia a emplear. La Piedra Filosofal no estaba fuera de la materia, a través de la cual se alcanzaba y la perfección de una estatura estaba ya contenida en la multiplicidad de las formas posibles residentes en el interior de un bloque de Piedra recién extraído de la cantera.

La Piedra sin desbastar y la materia prima eran símbolos de la perfección originaria. De la misma forma que la culminación de los trabajos en la Piedra con punta también se interpreta como el límite de la perfección; un curioso símbolo coincidente con lo que decimos es el del cono tallado y situado sobre un pedestal cúbico.

El símbolo que se le otorga es el de un principio masculino –el cono- descansando sobre la Piedra femenina; unidos así representan, como la Piedra puntiaguda, al andrógino que fue en los orígenes y que vuelve a ser en la culminación final del trabajo sobre la materia prima. La Piedra en bruto indica la situación del cosmos anterior a la Creación, es, por tanto, símbolo de caos, indiferenciación y pasividad. En ese magma entran distintos estados de la materia, no debemos reducirlo ni confundirlo con el mundo material que conocemos; en absoluto, lo que se indica con esto es que cuerpo, alma y espíritu están mezclados caóticamente, de tal forma que no puede haber inicio de los trabajos sin practicar lo que la alquimia llama “el arte de la separatoria”, es decir, la identificación y extracción de cada uno de estos elementos de los demás. No siempre se realiza, no siempre el hombre es consciente de cuál es la materia sobre la que debe trabajar –sobre sí mismo- y así se producen fenómenos interiores que reproducen perfectamente los distintos tratamientos que puede darse a la materia.

Si el artesano golpea indiscriminadamente a la piedra, sin orden ni concierto, descuidadamente, no conseguirá sino disgregarla en pequeños trozos, símbolo hermoso de una vida desperdiciada y vana; si, por el contrario, logra acometer la tarea de desbastar su piedra con cuidado y aceptando el hecho de su ignorancia y de su necesidad de aprender, es posible, que poco a poco vaya dotando a la piedra de forma: su ser se irá manifestando; tal es el símbolo. Los minerales, tal como salen de la mina están muertos, es tarea del artesano o del hermetista, revitalizarlos. Cuando el artista golpea con el Cincel la Piedra y saltan chispas debe aprender por este signo que resta aun en el mineral el principio latente del fuego gracias al cual, avivándolo, puede recuperar el estado de pureza original. Esta visión del universo probablemente chocará con el escepticismo de la ciencia para la que las nociones de vida corresponden solo al mundo orgánico y en absoluto al mineral; pero es sin embargo una visión mítica y mágica del mundo que, no solo ayuda a explicarlo, sino que además es utilizada como vehículo de realización interior.

Es muy importante entender que cuando el hermetista o el hombre tradicional hablan de la “vida de la piedra” se refieren a una vida no orgánica, aluden a su calidad, a sus vibraciones, identifican en la Piedra, en cada mineral, pero también en cada planta y en cada especie animal, en cada estrella y constelación, un aspecto de todo ello que sintoniza más perfectamente con su propia vida. El oro pasa a ser así, por una ley de correspondencias símbolo del sol, del corazón, del centro del universo, de la realización espiritual; la Piedra, lo es de los distintos estados de evolución del ser.
¡Tiempo maravilloso aquel en el que toda realidad era un símbolo y cualquier símbolo podría expresarse a través de una realidad material!

COSMOXENUS ABBIF